El lenguaje es una entidad viva y, como tal, está en continuo cambio. No es nada nuevo, pues en cientos de años no han sido pocos los cambios que ha sufrido. Desde las glosas silenses y emilanenses hasta el más novísimo sms, nuestro idioma ha pasado por un largo proceso, acompañado en todo momento de la mano de la humanidad. Los extranjerismos a los que se ve expuesta nuestra lengua, no son más que el resultado de lo que vemos día a día. Pues la supremacía del inglés se impone ante nosotros, al igual que en un momento dado de la historia lo hicieron nuestros antepasados sobre los demás, más concretamente en el siglo XVI, cuando el Siglo de Oro español introdujo hispanismos en el resto de lenguas europeas. ¿Acaso no está ocurriendo ahora lo mismo? ¿Cambia algo si el inglés es el que influye sobre el español, y no al revés? Poca diferencia veo yo. Estamos expuestos continuamente a nuevas palabras y términos de uso cotidiano que, o bien, adaptamos a nuestra forma de hablar, o directamente copiamos.
Hay quien dice que deberíamos preservar la riqueza de nuestro lenguaje. Sin embargo es un bien cultural que nuestra lengua se impregne de otras, que coja lo que más le convenga para que sus hablantes se sientan más cómodos, y ante todo libres, de elegir una forma u otra de expresarse. Pues cuando alguien me envíe un mensaje de correo electrónico, yo sutilmente preferiré responderle con un email.
Me parecen unas buenas iniciativas las de intentar adaptar vocablos extranjeros, que han sido tomados a la ligera, a nuestro idioma, tal y como hace la RAE. Pero en realidad tarde o temprano los citaremos como más nos convenga, o nos guste. En cambio, también se han dado otras ideas como las de perseguir en cuerpo y alma las faltas ortográficas. Pérdida de tiempo, diría yo, pues no creo que los cultísimos clientes de la empresa internacional McDonals se paren a pensar si determinado eslogan (y digo eslogan que no frase publicitaria) debería llevar tilde o no.
Para terminar diré que, como joven, no creo que sean precisamente las nuevas tecnologías las que nos hagan cometer las incontables faltas de ortografía que hacemos. No somos tontos, y sabemos diferenciar bien en qué situación deberíamos escribir de una manera u otra, pues así es como vivimos día a día, cambiando una y otra vez nuestros registros dependiendo a la voz a la que nos dirijamos. Y por el momento creo yo que tampoco nos ha ido tan mal.
El castellano es, si no el que más, uno de los idiomas que más riqueza posee, tanto en su extenso vocabulario como en sus cuantiosas formas verbales. Déjenlo en paz, permitan que se enrede en las innumerables expresiones extranjeras para que así sus hablantes podamos disfrutar de una mayor riqueza y expresividad.
Pilar Gavín Centol, 2º Bachillerato
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